Imagínate que eres un hombre prehistórico. Imagínate que estás caminando por la sabana y aparece un león. ¿Qué ocurre? Tu corazón empieza a bombear sangre a los músculos, tu respiración se acelera, tus piernas se preparan para correr, tu atención se centra en la amenaza… Estás preparado para afrontar la situación. Esta es tu respuesta de lucha/huída, tu sistema de alarma personal que te protege de los peligros, tu respuesta de ansiedad. Si no te avisase, ese león te comería, ya que no tomarías las precauciones adecuadas: quizás deberías evitar pasar por ese lugar, quizás en el caso de haberte encontrado en la situación deberías haber llevado los recursos para escapar, o para enfrentarte al león.
En el párrafo anterior, podemos ver que la ansiedad se manifiesta en tres niveles
Nivel fisiológico: cambios en el cuerpo.
Nivel cognitivo: interpretación de la situación (en este caso como amenazante).
Nivel conductual: aquello que hacemos.
Detente un momento e intenta clasificar lo que ocurre en la escena anterior en los tres niveles. Posteriormente los retomaremos y veremos cómo la ansiedad se relaciona con la hipocondría o preocupación excesiva por la salud.
Preocupación por la salud
Un grado moderado de preocupación por la salud seguido de conductas saludables sería deseable, dado que es importante preservar nuestra vida, y para ello es conveniente tener buena salud. Por tanto, el sistema de alarma que mencionamos antes se activa para protegernos.
¿Y cuándo esta preocupación se convierte en un problema? Según Paul Salkovskis, una forma de entender la hipocondría es un grado de ansiedad y preocupación por la salud (y/o la enfermedad):
Elevado e incapacitante (incluso en ausencia de síntomas físicos).
Persistente a pesar de la reaseguración médica.
Que interfiere en la calidad de vida.
Duradero (el DSM-5 establece 6 meses o más).
Se acompaña de comportamientos excesivos de comprobación de la salud (p. ej. comprobar en exceso signos de enfermedad en el cuerpo) o de evitación (p. ej. evitar ir al médico).
Cuidar nuestra salud es algo deseable, e incluso es algo muy importante y promovido por nuestra sociedad actual. Sin embargo, realizar acciones concretas para mejorar nuestra salud no es lo mismo que preocuparse excesivamente y dedicar mucho tiempo y esfuerzo a las acciones que, en principio, podrían ayudarnos. De hecho, se conoce que las personas diagnosticadas de hipocondría no realizan más comportamientos saludables que las personas no diagnosticadas.
En estos casos, es como si el sistema de alarma que teníamos para proteger nuestra salud se hubiese averiado y se vuelve en nuestra contra, por lo que es fundamental tomar acción para volver a recuperar nuestra salud y calidad de vida.
¿Qué puede causar la hipocondría?
El caso de Juan y su historia con la preocupación por la salud
* Caso ficticio
Es raro que haya una única causa que explique la hipocondría, sino que suele haber un cúmulo de condiciones. A menudo, estas condiciones tienen que ver con acontecimientos personales relacionados con la enfermedad (por ejemplo, Juan, un estudiante de biología de 21 años mencionaba que su padre falleció hace 5 años un mes después de que le diagnosticaran cáncer). Todo esto facilitaría una serie de creencias distorsionadas sobre la enfermedad (conviene más ver un león y equivocarse que pensar que es un gato y que finalmente sea un león, es decir, vale más estar preparados para lo peor).
Además, es común que los episodios de hipocondría se den en momentos de elevado estrés o vulnerabilidad emocional (Juan se empezó a preocupar mucho por unos dolores de cabeza tras dejarle su novia en medio de una época de exámenes). A raíz de ahí, es común que aparezcan preocupaciones por distintas sensaciones, que pueden acabar cuando la persona está segura de que no le pasa nada (por ejemplo, Juan se preocupó durante 1 año antes de venir a consulta por distintos síntomas como lunares, o molestias en la garganta que atribuía a enfermedades graves). También comenta que le encantaba ver series como House, y ahora no puede verlas, o evita ir a ver a su padre desde que se encuentra así, porque teme que su preocupación por enfermar y morir aumentaría.
Además, Juan es una persona que desde siempre le ha gustado tener todo bajo control (siempre ha sido muy estructurado con sus horarios, por ejemplo) y no tolera bien la incertidumbre. Explica que su padre era igual, y su madre quizás un poco menos, pero era también muy responsable. Todo esto ha facilitado que Juan desarrolle un episodio de hipocondría.
El círculo vicioso de la hipocondría. ¿Por qué no se va?
Ahora, imagínate que ese león que mencionamos antes es la posibilidad de estar gravemente enfermo. Asusta, ¿verdad? Esa posibilidad es tan incapacitante que nos podría llevar a preocuparnos excesivamente, dando vueltas a los posibles resultados e incrementando el malestar. Esto nos lleva a comprobar a toda costa que estamos bien: chequeos corporales y de fluidos, búsquedas en internet, preguntas a familiares y médicos sobre si estamos bien (los cuales, con su buena voluntad, nos reaseguran diciendo que no ocurre nada grave, pero a veces los últimos nos solicitan pruebas médicas extra por si acaso). En todo este proceso, no perdemos en ningún momento de vista las sensaciones físicas y esta atención selectiva, hace que se dichas sensaciones se incrementen y podamos sentir ansiedad, y por tanto tengamos más miedo de poder estar gravemente enfermos, repitiéndose toda la cadena.
¿Puedo hacer algo para afrontar mi hipocondría?
El tratamiento psicológico por lo general, puede ayudarte a entender por qué le ocurría esto, y, en colaboración, elaboraron distintas estrategias personalizadas para su caso.
Entre las estrategias de intervención más habituales están las siguientes:
Psicoeducación. Consiste en que la persona comprenda en profundidad su problema.
Control ambiental: pautas para familiares y médicos.
Eliminación de las conductas de seguridad. Consiste en dejar de comprobar que se está bien.
Terapia cognitiva. Consiste en la modificación de creencias mediante dos métodos: detección y discusión de los pensamientos, y experimentos conductuales.
Exposición con prevención de respuesta. Consiste en afrontar lo que tememos, provocando una habituación de la respuesta de ansiedad, así como un incremento de la tolerancia a esta. Es como una vacuna.
¿Y los fármacos?
En cuanto a la medicación, algunas guías recomiendan los ISRS como la fluoxetina. En algunos casos, la toma de psicofármacos puede incrementar los beneficios de la intervención psicológica, pero deben tenerse en cuenta los efectos secundarios.
Esperamos que este artículo te sea informativo y, si encuentras dificultades como las que mencionamos, ¡no dudes en pedir ayuda profesional!
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